miércoles, 6 de octubre de 2010

Homocidio en primer grado: los Grises

Ilustraciones: Louise Pressager


'En la vida, ¿sabe usted? No hay mucho donde escoger: hay que pudrirse o quemarse.'
Joseph Conrad


Dijo el poeta César Pavese que si 'hay algo más triste que envejecer, es seguir siendo niño'. Tiene su gracia como broma mala, pero como sentencia es floja y triste. Con todo el respeto del mundo señor Pavese, podía usted haberse metido sus palabras por el culo.

Dicho esto con la cuenta echada atrás, se observa que a medida que avanza el reloj comienza a engrisecerse la existencia de muchos discípulos pavesianos. Solos o en pareja, en playas u oficinas, cantantes o abogados. El panorama de los sombríos es muy variopinto en cuanto a su dinámica vital, pero todos comparten un mismo secreto que ya conocía el poeta italiano. No basta con tirarles de la manga para que lo revelen; es aquél que heló sus pulmones, hundió sus pechos y secó sus entrañas. Es como si todos formasen parte de un selecto club al que tú no estás invitada, aunque por la manera en que fruncen los agrietados labios arrastrando las comisuras hacia el suelo y levantan sus tristes hombros ante cada verso amarillo que se encuentran, algo te dice que estás mejor así. Su rutina es plomiza, más densa y opaca. Distintamente engrisecidas.


Si estás en lo cierto, no debe ser nada fácil para ellos erguirse llevando a cuestas la culpa de un homicidio..sobre todo cuando verdugo y víctima latían en el mismo espíritu. Lo difícil es averiguar el momento exacto del asesinato ya que a veces se trata de un proceso que dura toda una vida. Curioso, no¿?

Para algunos comienza el primer día que ellos sienten vergüenza: de reír muy alto, de decir te quiero, de comer helado de tres sabores en cucurucho de barquillo. Para otros es el día en que los demás sienten vergüenza de ellos: de que rían demasiado alto, de que les digan que les quieren, de comer helado de tres sabores en cucurucho de barquillo. Pasas de ser suficientemente mayor para hacer algo a ser demasiado mayor para hacerlo.
Cuándo se hicieron demasiado mayores para vivir¿?
No conoces la respuesta, pero los ves en el metro a diario: cadáveres disecados que caminan por las vías de una vida prácticamente normal. Al contrario, una vida perfectamente normal. Arrastrándose con la amargura fermentando en el paladar. Marchitos. Cáscaras humanas, cortezas estériles y yermas que serpentean las aceras frescas en busca de un olor mullido y templado de savia de vida. Cuando lo localizan, igual que los buitres velan los agónicos estertores finales de su víctima, se aproximan cerrando un círculo alrededor de su presa. Aguardan con los brazos afilados abiertos y un rictus sonriente en el rostro putrefacto. Espera que se rinda. Entonces, no quedará más que abalanzarse sobre los restos y la víctima se convertirá en un trofeo desollado. La rapiña no terminará hasta que cada pedazo humano deje de latir. Pum. Pum. Pum.
Silencio. Ya no queda nada, ya se oye nada. Vacío.



Los que viven para contarlo tienen que librar auténticos combates para no dejarse arrastrar entre sus garfios. Cada vez son menos: bichos raros en peligro de extinción conocidos como locos, imprudentes o poetas. ¡No podemos permitirnos que se disimulen asustados! Son los únicos que todavía sueñan y de quienes (de)pende la humanidad entera. A los bichos raros hay que señalarlos con el dedo y ensalzarlos. ¡Jalearlos!
Y tú piensas hacerlo la próxima vez que te topes con uno colgando sonrisas de las farolas..


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