Incluso para los no creyentes, adiós quiere decir poca cosa. Ningún adiós es el Adiós, con tal de que no sea definitivo. Para bien o para mal no podremos descubrirlo hasta que lo único rotundo sea nuestra putrefacción y entonces ya no importa un carajo. Pero a veces ocurre: tú miras en una dirección y yo en otra y tenemos que decirnos adiós hasta pronto que te vaya bonito en el camino nos encontraremos.
Sin embargo en la vida todo es cuestión de talento, hasta las despedidas. Uno siempre intenta elegir el recuerdo que dejará, y para ello tiene que hacer algo tan memorable que sea ése y no otro el recuerdo que concluya lo que no supo decir con la mirada sostenida. Alguna gente hace toda clase de cosas absurdas, grandilocuentes y solemnes para dejar una última impresión en sus seres queridos. Rollizos y brillantes gajos de amor: graban vídeos, escriben libros o pronuncian discursos magistrales. Otra gente simplemente se escabulle: se agacha, se impulsa y piruetea hasta esfumarse.
Quién prodría censurárselo, despedirse es taaaaan difícil. Uno nunca sabe si está concluyendo algo (.) o se trata de una suspensión (...). Quizás ambas ( ¿(...)? ).
Incluso para los no creyentes, adiós quiere decir poca cosa. Sólo que no os veréis más, nunca como ahora. Encima de tu cabeza su apéndice inflamado, amoroso. Un tentáculo henchido de todo aquello que no logró gritarte más que con los ojos. Supo decir adiós sin decir adiós, por pereza o generosidad, quizás ambas a partes iguales. Pero tú no sabes traducir las miradas tristes, y te da vergüenza decírselo. Necesitas atracarte de vocablos grises: oler y masticar saudade. Por eso anoche le robaste un pedazo de pulpa mientras dormía, lo guardaste apretaíto' entre tus piernas bien caliente, hasta sembrarlo en una gran jardinera amarilla.
Un gran órgano batiente. Lo miras y miras pasmada hasta que las lágrimas se te escurren por la nariz entre los ojos, ploc ploc ploc, regando su miembro seccionado, ploc ploc ploc.
Erguido, reluce.
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